Sao Paulo es alucinante, pero os cuento más adelante, primero el viaje. Facturación, despedida con llantos y...todo muy normal hasta que embarqué en el avión de Roma a Sao Paulo. Me tocó sentarme al lado de una italiana enoooooooorme que no dejaba de levantarse para ir al baño, lo que nos era (tanto a ella como a mí, puesto que tenía que ayudarla) muy complicado debido a su tamaño. Además, la mujer no dejaba de hacerme preguntas. Yo chapurreaba italiano y ella lo intentaba con el español, y más o menos íbamos entendiéndonos. Estaba hasta las narices de contarle a todo el mundo la misma historia, así que a ella le dije que el objetivo de mi viaje a Brasil era monitorizar el ciclo reproductivo de las tortugas blancas. Y se lo creyó. La mentirijilla dio para una hora de conversación. Fue gracioso.
La televisión de mi asiento funcionaba más bien mal, así que me dio tiempo a leer bastante. Hasta aquí el tema vuelo. Para variar no perdí aviones ni me robaron maletas ni me pasó nada malo. Voy a por Sao Paulo.
Sao Paulo es gigante. Más que gigante, gigantísima. Impresionante. Tardé 1.30h en llegar desde el aeropuerto a mi hotel y eso que el aeropuerto está cerquiiiita de la ciudad, y desde mi habitación, en el 20º piso, no alcanzo a ver el final. Hasta que encontremos piso estamos viviendo (Juan y yo – Juan es mi compañero de intercambio) en Jardins, un barrio cercano a Avenida Paulista que es algo así como la zona pija de la ciudad, sin ser el barrio de las mansiones. En este lugar huele a América Latina. Esperaba que no fuera tan exagerado, quizás porque hablan portugués, pero el caso es que es muy latino esto. Las aceras no están adoquinadas, los edificios están construidos como a golpes, sin ton ni son, y entremedio hay casitas la mar de adorables de colores. Y cambian los carteles de la carretera sin arnés y a 40 metros de altura. El contraste social es muy, muy evidente. O muy ricos, o muy pobres, aquí no hay intermedios.
Y hay cucarachas. A saco y por la calle. Y los contenedores son así pero en sucio y en lleno:
Me encanta. Hace un calor tremendísimo y me paso el día andando de piso en piso pero me encanta.
Esa es otra, el asunto piso. En las últimas 36 horas me habré pasado 24 buscando piso. Sin suerte. Para 4 (la idea inicial era vivir con dos franceses la mar de simpáticos), para 2 y hasta para 1. Sin suerte, como digo. Ayer la búsqueda estuvo divertida. Un brasileño japonés (no sabéis lo raro que es ver a un japonés que no habla japonés) nos enseñó el primer piso, y acabamos liándolo para que nos enseñara más en su Volkswagen azul marino del año de la Quica. Juan se lo pasó bomba con el hombre. Le decía que en Sao Paulo había que abrir una residencia de estudiantes, y que podían asociarse para construir una, a lo que Walter (el japo se llama Walter, tiene cojones) respondía con sonrisitas niponas. La situación era realmente divertida, una pena no haber hecho foto.
Avenida Paulista, decidme si no parece Manhattan
Hoy en cambio ha sido un peñazo. Hemos visto un piso increíble en un condominio (significa que hay seguridad, piscina, gimnasio y demás) al lado de la uni, pero era carísimo y no podíamos entrar a vivir hasta final de mes, así que nuestro gozo en un pozo. El resto del día lo hemos pasado al teléfono. “Olá, bom dia, chamo por la locação de un apartamento na Rua xxx pra duas pessoas. El apartamento e mobiliado?”(no sé qué tal lo habré escrito) ha sido la frase más repetida de la jornada. Y le pongo un acento brasileño que da el pego, así que luego tengo que decir… “Não sou Brasileira, eu sou Espanhola e não falo português… pode repetir?”. Alquilar sólo para 5 meses está complicado, pero no perdemos la esperanzaHemos comido la mejor piña del universo. Otro nivel. Y la uni es genial, pero eso lo dejo para otro día.
Otro día os cuento más.
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