miércoles, 2 de febrero de 2011

Matar el tiempo

No me fui el lunes pasado, me voy el próximo. Salgo el 7, por asuntos relacionados con la obtención del visado. Así que dispongo de una semana extra en España. Y no estoy en Barcelona sino en Lérida, de modo que tengo mucho tiempo libre. Voy quedando de vez en cuando con los pocos que hay por aquí, pero aún así me quedan muchas horas muertas.
Para matar el tiempo, cocino. Cocino a saco. En mi familia se van a poner como un tonel. En 4 días les he hecho canelones de espinacas, canelones de carne, ensalada de gambas y arroz, guisantes con cebolla y bacon (los tuve que sacar de las bayas y hervirlos, si son de bote no tiene gracia y saben a cerrado), tortillas de patata, de calabacín y hasta de sobrasada, quiche lorraine,  lenguado a la menière y flan de mocha. Y está mal que lo diga yo, pero quedó todo para chuparse los dedos. Mi hermano se relame solo pensar que estoy en casa jugando a las cocinitas. Es poco humilde repetirlo, pero es que soy una cocinera estupenda. Si llego a vieja seré de esas abuelas que hacen pucheros y que parecen tener la vista distorsionada, porque obligan a sus nietos a tragarse raciones exageradas con el pretexto de que están delgaduchos, aunque en realidad son bolas de sebo. 
No cocino pasteles. Los pasteles solo me salen bien cuando estoy enferma. Creo que es porque, como me falta energía, solo puedo hacer una cosa detrás de la otra. En cambio, cuando estoy sana, se me ocurre, por ejemplo, ir a comprar el pan mientras tengo el bizcocho en el horno y cuando regreso, como es evidente, el bizcocho ya no es  bizcocho, es ceniza de bizcocho. Hacer pasteles cuando uno tiene energía es aburrido.

También veo películas. Las veo mientras cocino. De momento van Memorias de África y El paciente inglés. Habré visto Memorias de África al menos 10 veces, pero es que me encanta. Me encantan los paisajes, me encantan Meryl Streep y sobretodo Robert Redford, me encanta la casa en la falda de las colinas de Ngong y la tribu kikuyu. Lo que sigue es una llamada a todos los directores y productores de cine presentes y futuros: Si algún día deciden hacer un remake de la película, llámenme para hacer el papel de Karen Blixen. No me importaría en absoluto tener que lidiar en el rodaje con leones, cocodrilos, elefantes o cobras. Es más, lo haría encantada. Además, mi acento danés hablando inglés es de lo más real, y si tengo que hacerlo en castellano, aprendo a ponerlo, vaya. Os dejo un video. La música es de John Barry, que murió no hace ni una semana.


El paciente inglés me hizo llorar lágrimas de cocodrilo. Entre la peli y que andaba yo cortando cebolla para la quiche, mis lagrimales parecían Yellowstone. Al acabar de verla tuve que ponerme hielos en las bolsas de los ojos, porque los tenía tan hinchados que daba grima verme. La he pintado muy triste, pero es una buena película que hay que ver. Hay que verlas ambas, son películas muy laureadas las dos… claro que eso ya no es garantía de nada.
Y leo, leo menos de lo que cocino y veo películas pero leo. Es que leer es radicalmente incompatible con cocinar o ver películas. Leo en la bañera, y las páginas se me mojan y se arrugan, pero los libros siempre me han gustado más con pinta de usados que nuevos. Ahora estoy leyendo Pulp, la última novela que me queda por leer de Bukowski (sólo tiene 6, leerlas todas no es ningún mérito). Es el autor que dicen que leen los modernikis gafapasta, leedlo aunque solo sea para descubrir su engaño. Yo no lo conocía hasta que leí La senda del perdedor por casualidad mientras hacía tiempo en el café más monísimo de Madrid, El café de la luz, en Chueca. Una cafetería donde hacen un pastel de chocolate para morirse y tienen estanterías llenas de libros que puedes tomar prestados. Y pues nada, me enamoré de lo sucio que llega a ser - el autor, no el lugar. De hecho, a su estilo lo llaman realismo sucio, fíjatetu.  Si Bukowski fuera un color, creo que sería entre amarillo pis y cerveza, amarillo pis con sangre de enfermo de cirrosis. Y si fuera una ciudad, sería Nápoles. Nápoles es hortera, la gente lleva navajas en la calle, son pasionales, está sucia y llena de basura, la pintura de las paredes se cae y existe un color llamado amarillo Nápoles que no es amarillo sino rojo. Lo que pretendía es que dedujerais que tanto ciudad como hombre tienen algo de decadente. Nápoles es mi ciudad favorita de Italia. Es que me encana lo castizo. Y más que Nápoles me gusta la España profunda y casposa, la del tópico de las mujeres con entrecejo, las cocRetas, las alMóndigas y los murciéGalos, la España de Jamón, Jamón o Volver.

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