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lunes, 13 de junio de 2011

¡Boludo!

Hace un par de días llegué de Buenos Aires. Fui con Marc. En principio íbamos a ir 3, pero Arami tuvo problemas con sus billetes y tal, así que al final hemos ido Marc y yo mano a mano. Me lo pasé genial, es un fantástico y divertidísimo compañero de viaje. Para el que no lo sepa, Marc es uno de los Exchange students de Esade en FGV.

Bueno Aires huele a carne a la brasa y parece Europa. Concretamente, diría que se parece a Madrid. El espíritu de la ciudad digo. Claro que en Madrid no huele a carne a la brasa, ni tiene mar, ni se comen alfajores y las “medialunas” no están rellenas de cantidades ingentes de dulce de leche.
El dulce de leche merece un párrafo para él solito. ¡Meu Deus, qué bueno está el dulce de leche en Argentina! A mí el dulce de leche no me gustaba hasta que llegué a Buenos Aires. Las cosas en Brasil son más dulces, ergo el dulce de leche es puro azúcar. En Buenos Aires es mejor que la Nutella. Mucho mejor. Marc y yo tomamos dosis de dulce de leche al menos una vez al día. Cuando no era alfajor (qué rebuenísimos), era medialuna rellena.
Mención aparte merece también la elegancia de la gente en general. Así como en las ciudades brasileñas -en general- el estilo brilla por su ausencia, en Buenos Aires da gusto pasear por la calle y ver a la gente bien vestida. Yo diría que el 60% de los hombres llevan americana y corbata, y  los demás llevan sólo camisa, pero camisas bonitas. Y los que no llevan ni traje ni camisa también se visten con estilo. Y llevan mocasines bonitos y cinturones bonitos, y abrigos bonitos y van bien peinados y…eso. Que da gusto, oye.
Decía que se parece a Madrid por el estilo de la gente y también por los nombres de los lugares. Serrano (aunque en BA es una plaza, no una calle), Callao, Colón, Recoleta (en Madrid Recoletos), tienen un barrio que se llama Retiro…
Arquitectónicamente hablando también le da mil doscientas vueltas a cualquier ciudad de Brasil. Del cono Sur en general, casi me atrevería a decir. La llaman el París de América del Sur, por algo será. El teatro Colón recuerda a cualquier ópera europea. La sala principal es un poco como la Scala de Milán pero más grande y los salones son como el Palacio de Versalles en pequeño; la avenida 9 de Julio –según el taxista, la más ancha del mundo- quiere parecerse a los Campos Elíseos de París. Hasta tienen un obelisco. Los barrios modernos, como Palermo, son una mezcla entre Brooklyn, Chelsea, el Borne y Prenzlauer Berg. De estética un poco underground pero a lo pijo. Calles adoquinadas, con aspecto de antiguas fábricas, tiendecitas vintage y no vintage pequeñitas, librerías, galerías de arte, barecitos, boliches (discoteca en argentino)… los sábados hay un mercadillo y se llena de gente. Cuando digo que se llena es que se llena muchísimo. Casi no se puede caminar por la calle de lo lleno que está.
El mítico barrio de La Boca es bastante curioso así en general, aunque tengo que decir que me decepcionó un poco. Extremadamente turístico. Es como pasearse por Lloret de Mar, sólo que en Argentina y con casitas de colores. Ni Las Ramblas barcelonesas están tan preparadas para el turismo. Pero vaya, fue agradable porque alquilamos bicicletas (Marc estuvo todo el día sufriendo pensando que me iba a matar, porque yo no miraba antes de cruzar) y paseamos también por San Telmo, que está lleno de anticuarios, y por Puerto Madero, que recuerda a Dublín hasta en el puente de Calatrava.
Una de las noches visitamos a Gilles, un belga que estuvo el cuatri pasado en São Paulo y que ahora está haciendo prácticas en una empresa que se dedica a comercializar vino en Buenos Aires. Fuimos a su oficina –que era chulísima, una lástima no llevar la cámara encima-, nos bajó a la bodega y abrimos una botella de vino y otra de espumoso, luego cenamos unas empanadas y después nos sacó de fiesta por Palermo. Marc aguantó toda la noche, yo me fui a dormir prontito.

En resumen, que Buenos Aires es una ciudad ideal para pasear -las calles son anchas, los edificios bonitos, hay parques en todas partes y la gente es estilosa- para comer –asados, dulce de leche, empanadas, alfajores, medialunas, chori-panes, pizzas rebuenísimas, milanesas y… no acabaría nunca…- y para salir.
Otra cosa muy graciosa es que al metro le llaman “Subte” y que los paseadores de perros se juntan en las plazas por las mañanas. Y cada uno pasea unos 10 perros, así que todos juntos serán unos 150 chuchos. Gracioso.
Me ha encantado. Me ha gustado más que Brasil, y definitivamente, muchísimo más que São Paulo, con la que tengo (igual que todo el mundo) una especial relación de amor-odio: Me lo he pasado genial aquí, pero es una ciudad ruim para caralho y encima, no tiene mar. Lo que decía, que Buenos Aires me ha gustado muchísimo más que Sampa, pero tengo que reconocer que ya estaba ficando con saudades do Brasil e de falar português. A pesar de lo feo y de lo hortera, a pesar de todo. Tantísimo lo echaba de menos, que le dí al pobre taxista un auténtico speech sobre mi vida en dicho idioma y me dí un paseo por Paulista nada más llegar.

El mismo domingo Geevitha llegó de Francia y la recibimos con una copiosa cena en mi casa. Y Marc no ha podido coger el avión de vuelta a Brasil por culpa de la nube de humo causada por un volcán chileno (yo volví un día antes), así que va a pasarse 35 fantásticas horas metido en un autobús. Lo compadezco. Espero que vosotros también.

Suficiente, otro día os cuento más.

jueves, 5 de mayo de 2011

Roadtrip Vol. II: Salvador-Chapada Diamantina-Mangue Seco-Praia do Francês-São Miguel dos Milagres.

Antes de empezar... un poco de música brasileira.

Lo de hoy es un poco más informativo y tal. Solo un poco. Os he hecho un mapita la mar de mono con casi –CASI- todos los lugares en los que paramos (ya sea a dormir o solo de paso) entre Salvador y São Miguel.

Ver Putain roadtrip en un mapa más grande

Llegamos a Salvador  y  cansados de esperar un bus que no llegaba, al final nos montamos en un taxi ilegal para ir hasta Barra, un barrio guay sin ser el centro. Y flipamos en anchos de onda que los humanos no vemos de lo nuevo que está el aeropuerto y lo horteramente moderna que es la highway que va hasta la ciudad. Sí señores, las carreteras también pueden ser horteras. Lo son cuando hay bambú de 6 metros de altura iluminados con luces de colores a ambos lados de la calzada. Eso es lo que se conoce como carretera hortera. En Salvador estuvimos un par de días y visitamos –evidentemente- el Pelourinho (el centro histórico) y esas cosas. Me apuesto un pié a que en Salvador hay más iglesias que en Roma. Pero señores, vista una, vistas todas, de verdad. O al menos vistas 3 o 4, vistas todas las demás, porque si uno quiere visitar todas las iglesias de Salvador…necesita al menos una semana. Salvador es exactamente como me lo esperaba. Casitas de colores, mujeres negras vendiendo acarajé (un bollo de feijão relleno de salsa de pimienta,  vatapá –mousse de gambas y coco-, caruru –una especie como de judías- y camarones sin pelar), turistas debajo de las piedras…bonito…correcto.
De Salvador fuimos a Chapada Diamantina, un parque natural en el estado de Bahía que es PRECIOSO. Dormimos por 70R$ los 4 en una habitación (siempre dormimos los 4 en una sola habitación) e hicimos excursiones por los alrededores. La más bonita fue a Cachoeira da fumaça, la segunda cascada más alta de Brasil, con 340m de altura. El agua se evapora antes de tocar el suelo. Son como 2 horas de paseíto subiendo una colina y cruzando el río que más tarde se convierte en cascada, cuyas aguas son absolutamente rojas a causa de la cantidad de hierro que hay en el suelo. Molt bonic.
Esto no viene mucho a cuento pero a lo largo del viaje hemos encontrado muchos sapos. Hay muchos sapos en el Nordeste. Yo quería besar uno, a ver si se me convertía en príncipe…pero me dijeron que son venenosos (yo creo que es mentira), así que decidí ahorrarme el herpes.

De Chapada diamantina fuimos a Mangue seco, pero evidentemente nos perdimos por el camino y el GPS daba instrucciones erráticas, así que paramos en un hotel cutre de carretera (que no motel) en un pueblucho llamado Estância y al día siguiente pusimos rumbo a nuestro destino. No por ser de día fue más fácil encontrarlo. Resultó ser un pueblecillo con calles de arena la mar de auténtico, así que no podíamos llegar hasta allí en nuestro Corsa y tuvimos que montarnos en un barquito que nos llevó hasta allí. Al llegar…éramos los únicos turistas del lugar, no kidding. Dormimos por 60R$ con desayuno (entre los 4)! Y nos hicimos amiguetes de la señora María, que nos cocinaba Moqueca de pescado y nos hacía precios especiales, aunque las caipirinhas las servía aguadas. La playa en Mangue seco estaba desierta, y los hombres se lo pasaron como auténticos enanos machacando cocos para beberse el agua. Muy primitivo. Y muy entrañable.

De Mangue seco queríamos ir a Penedo, pero una vez más…Satanás cambió las carreteras de lugar. Así que acabamos en Praia do Francês, una zona bastante turística. Pero gracias al cielo encontramos un hostalito regentado por un Argentino cincuentón que resulta que vive en la Costa Brava en verano (que es invierno en Brasil) que nos hizo un buen precio y un mejor desayuno, así que tudo bem. Visitamos Marechal Deodoro, una ciudad chiquitina y colonial como tantas otras y pusimos rumbo al norte. Objetivo: São Miguel dos Milagres.
Nos costó pero lo encontramos, y además pasamos por Maceió, capital del estado Alagoas. En la playa de Maceió hay arrecifes de coral y es la mar de bonitinho, así que dispusimos que pararíamos allí de vuelta a Salvador. La cuestión es que llegamos a São Miguel pasando por una carretera que quita el aliento de lo linda que es (parece que estás en Irlanda con palmeras). Comimos y encontramos una pousada cuya dueña decidió tratarme como si fuera su hija, así que yo la traté como si fuera mi madre. Ayudé a fregar, cogí hielo del congelador y usé los artilugios de cocina a mi antojo para hacer caipirinhas -como Pedro por su casa- y hasta bajé en pijama a desayunar (éramos los únicos clientes).  Las playas allí fueron sin duda alguna las más bonitas. Primero estuvimos en una con arrecifes en la que podías andar como 200 m hacia dentro sin que el agua cubriera y luego fuimos a otra en la que estábamos completamente solos y saqué foto de mis príncipes subidos a una palmera como si fueran monos.

Esto ya está alargándose. Otro día os cuento el resto (o parte).