martes, 22 de febrero de 2011

FGV

FGV son las siglas de Fundaçao Getúlio Vargas, el nombre de mi universidad en Brasil. Fue fundada hace algo así como 50 años con la intención de educar a los futuros managers del sector público y privado brasileño. Dicen que es la mejor escuela de negocios de América Latina. Yo no sé si será verdad, pero lo que sí lo es, es que hace 3 semanas estuvo aquí Timothy Geithner, el secretario del tesoro de EE.UU. Y eso dice algo de la institución. Mr. Geithner no vendría a vernos a ESADE.
Calidad de la enseñanza a parte, el edificio mola bastante. Son 12 pisos estrechos y lo gracioso es que puedes entrar por el sótano o por el 7º piso, porque está entre dos calles a distinto nivel. A pesar de que es un campus urbano, tienen una polideportivo que está bastante bien donde siempre hay gente jugando a algún deporte. La cafetería tiene sofás, billares y futbolines, no como en ESADE, que por no haber, no hay ni espacio para sentarse a comer. Y las asociaciones no tienen un despacho, no… ¡tienen un edificio entero! No son edificios grandes, son más bien casitas, pero el caso es que tienen salas de reuniones, salas de ordenadores, baño, despachos, cocina… una pasada, vaya. He aplicado para entrar en la junior-empresa de la uni, hoy tengo focus group, a ver qué pasa. Son híper profesionales… claro que llevan 30 años en funcionamiento, tienen mucho know-how. También me he apuntado al club de percusión. Aquí le llaman batería y aunque suena friki, es genial. Se trata de tocar samba un par de horas y luego bajar al bar a socializar otras 2 horas al son de más samba. En esta ciudad el ritmo no para. Vayas donde vayas, siempre hay gente tocando el tambor. El asunto cerveza en Brasil también es peculiar. Se piden botellas de litro y medio y te las traen metidas en una caja de plástico para que se mantengan frías, y se comparte la botella entre toda la mesa. Hay que pedir varias, está claro.
La gente en la uni es la mar de agradable. De hecho, ayer salí un momentito a ver como jarreaba y se me presentó así de la nada un chico la mar de simpático que se ofreció a llevarme a la playa cualquier fin de semana y enseñarme a hacer surf, toma ya.
Ayer fue una noche realmente divertida. Acabé en el bar de al lado de la uni con el equipo gringo de rugby (gringo significa guiri - también había locales), que a pesar de ser unos bestias, son caballerosos y me acompañaron a casa aunque viven la dirección opuesta. 

Bueno, suficiente. Otro día os cuento más.

sábado, 19 de febrero de 2011

El día en que casi muero.

Hoy he ido con Geevitha, mi nueva amiga francesa de origen esrilanqués a un mercadillo de antigüedades en Vila Madalena, el barrio moderniki de Sao Paulo. Pero el tema de la entrada no es el mercadillo, que molaba mucho, sino la aventura que ha sido llegar hasta allí. En metro hasta Vila Madalena todo normal, pero cuando hemos salido de la estación no sabíamos a dónde teníamos que dirigirnos, así que como todo hijo de vecino, hemos decidido preguntar. Un señor de unos 60 años en un coche con una señora de uno 90 en el asiento de copiloto se ha ofrecido a llevarnos, y ha insistido tanto que no hemos podido decir que no. Cuál ha sido nuestra sorpresa cuando, una vez dentro del coche, ha sacado una petaca de vodka de la guantera y se ha metido de un lingotazo media botella entre pecho y espalda. Podéis imaginar la conducción. Pero es que la historia no acaba aquí, porque el señor no nos ha llevado directas al mercadillo, sino que hemos parado primero en su casa, donde nos ha dado de beber, nos ha presentado a sus padres, sus hijos y hasta a las criadas y al perro, nos ha enseñado los libros que ha escrito, todos los cuadros de su casa… las dos estábamos convencidas de que había algo en la bebida y que iba a quitarnos los hígados o algo así, pero resulta que aquí son de naturaleza amable. Mejor no andar fiándose de los desconocidos, de cualquier modo. Don't do this at home. Luego, después de otro trago, nos ha llevado al mercadillo. He perdido la cuenta de las veces que casi chocamos o atropellamos a alguien.
El mundo casi se queda sin Isabel. Pero ha sido divertido, para qué nos vamos a engañar. 

jueves, 17 de febrero de 2011

Lo que São Paulo NO es

São Paulo NO es una ciudad soleada. Diluvia. Llueve como si fuera el fin del mundo. Y a diario. Yo creía que venía a pasar calor y ponerme morena. Qué engañada estaba... Gracias al cielo esta mañana ha despertado alegre el día y hemos podido tomar un poco el sol. Pero eso, un poquito. Por la tarde quería ir a leer a Ibirapuera en plan Heidi, con mi mantelito de cuadros y mi cesta de mimbre. Ya estaba preparada (casi hasta me pinto los mofletes de rosa y me compro una ovejita) cuando se ha puesto a jarrear. Chuzos de punta en toda regla. Y es que llueve tan, pero tan fuerte que duele cuando las gotas impactan en tu piel. Así que mi gozo en un pozo, nada de Ibirapuera. Lo he cambiado por una tarde em el MASP, el Museo de Arte de São Paulo. La verdad es que la situación en el museo daba un poco de canguele. Como era tarde, estaba yo solita en la sala, con un matón de esos de seguridad que miden 4x4 y encima retumbaban los truenos cada 2 minutos, como si fuera a cumplirse la profecía de Nostradamus. Daba la sensación que se iba a ir la luz y me iba a quedar a oscuras con Rembrandt, Manet y Picasso entre otros... que tampoco hubiera estado mal, muy peliculero.
El MASP
Pues eso, si visitais SP, traed paraguas. La semana que viene me voy al norte, a ver si me da el sol de una vez.
São Paulo tampoco es el lugar indicado para tener un nombre que acaba en ele. He aprendido que en Brasil soy IsabeU. Pero vaya, lo llevo bien.
Y hay otra cosa que debéis saber: São Paulo se pronuncia SaM paulo.

Otro día os cuento más.

martes, 15 de febrero de 2011

Caipirinha por aquí, caipirinha por allá

Esto es demasiado divertido para ser realidad. Desde que tenemos piso (aún no nos hemos mudado pero tenemos piso) veo la vida de otro color. Y empiezan a rodar las caipirinhas. Que además de estar tremendísimamente buenas, son muy, muy baratas. Aquí una botella de cachaça cuesta 5 R$, que son menos de 2,5 euros. El alchol está tirado de precio.

Voy a explicar mis últimos 2 días (hace dos días que podría decirse que tenemos piso) cronológicamente, que no tienen desperdicio. Yo quiero que mi vida sea siempre así.
Domingo: Por la mañana fuimos a Ibirapuera con los exchange para get to know each other, que no estuvo mal, pero lo mejor llegó por la noche. Nos llevaron a ver el ensayo de una escuela de samba. En las escuelas de samba no enseñan a bailar samba, el nombre engaña. Son más bien clubs de gente que baila samba. En carnaval, todas las escuelas de la ciudad compiten por ser la mejor, y ésta en concreto practica todos los domingos. Y uno paga 20R$ y puede entrar a ver cómo cantan y bailan una y otra vez la misma canción.  No puede ser más divertido. Cervejinha por aquí, cervejinha por allá y acaba uno bailando samba como el que más. La samba son básicamente movimientos espasmódicos acompañados con juego de pies. Pie adelante, y luego hacia fuera, adelante y hacia fuera y mientras mueves los pies meneas el pompis como si estuvieras convulsionando. Nada fácil. Ver a un taiwanés llamado Lego moviendo el culo NO TIENE PRECIO. Es impresionante la velocidad a la que mueven el cuerpo especialmente las negras, no se puede seguir su ritmo, es imposible.
He estado buscando un vídeo que le haga justicia, pero no hay manera. Os pongo este que por lo menos se oye la canción. Dentro vídeo:

Aquí la letra del estribillo, por si os hace ilusión cantar:

Feliz da vida, lá vem o Bixiga
Exemplo de domunidade
A Música Venceu
O dom é luz que vem de Deus
Da emoçao Va-Vai resplandeceu

Luego me tomé mi primera caipirinha en Brasil. Y con media ya iba de lado. Las carga el diablo. Y cuando bebo me entra incontinencia verbal y os podéis imaginar el show. Así en resumidas cuentas obligué a un pobre hombre de máster a que me pidiera matrimonio.

Lunes:
Empezaron las clases. La primera, Estratégias de negocios sustentáveis - Estrategias de negocios sostenibles- fue en portugués, y yo lo entiendo todo pero no hablo nada. Y fue una clase súper participativa, de hecho, no había mesas y todo el mundo estaba sentado formando un círculo… y yo pues no pude decir nada. Muy interesante, de todos modos.
La segunda, Brazilian economy,  fue en inglés y no estuvo mal. La profesora es alemana, habla el inglés bastante mal y con un tono de voz bastante bajo, y yo estoy medio sorda, así que me cuesta dios y ayuda entender qué dice. Tenemos que hacer case studies en grupo, y el mío mola bastante. El taiwanés, que es único, Rafa –un brasileño que estudia en Esade y está en SP de intercambio también, Clara –una francesita de HEC la mar de mona, y digo francesita porque es de tamaño reducido-  Priscila – una brasileña que dejó la uni porque se quedó embarazada, ha tenido a su niña y ha vuelto a estudiar-, y yo. Me gusta mi equipo.
Después de clase fui a beber cervejinhas con unas brasileñas. En Brasil sólo se habla de 3 cosas: Sexo, drogas y playa. Y de todo se habla muy explícitamente, así que empezaron a contarme a mí – que acababan de conocerme- cómo fueron, detalladamente, sus últimos encuentros sexuales. Y yo no sé las demás mujeres españolas, pero en mi grupo de amigas no damos tanto detalle. Fue violento y gracioso al mismo tiempo. Y todas están enamoradas de Juan, ya tiene grupo de fans.
Y por la noche caipirinha por aquí, caipirinha por allá… 

Hasta aquí, otro día... ¡Más!

sábado, 12 de febrero de 2011

Ciudad de contrastes

Estos últimos días han sido una locura. Pisos, pisos, pisos y más pisos. Y llegábamos taaaaan cansados al hotel que no éramos capaces ni de salir a cenar.  Es lo único que hemos hecho esta semana, buscar alojamiento…que está resultando bastante complicado. Parece que las cosas van arreglándose, pero habrá que ver.
Ayer hubo algo así como jornada de bienvenida, pero apenas estuvimos un par de horas, porque tuvimos que ir a ver más pisos. No sé si debería escribir lo siguiente, por no asustar a los que venís aquí de intercambio el año que viene…Bah, total… os contarán cosas similares cuando lleguéis a Brasil. El tema es el siguiente: Un Exchange de FGV estaba alojado en un hostal. La semana pasada pidieron pizzas por teléfono y en cambio de pizzero, aparecieron 4 encapuchados con pistolas, metieron a todos los huéspedes en un baño y robaron todo lo que encontraron. Un susto mortal y una putada capital, sí. Pero vaya, a mí no me ha pasado nada aún y eso que voy con la cámara colgando del cuello y tengo pinta de extranjera… llevo las letras GRINGA (así es como llaman a los guiris aquí) escritas en la frente.
Hoy nos hemos visitado 3 zonas chulísimas de Sao Paulo, que como reza el título de esta entrada, es una ciudad de contrastes. Sobre este lugar hay que hablar en superlativo. En un segundo pasas de barrios paupérrimos, con casas que se caen, a parques preciosísimos rodeados de casas carisísimas y calles con tiendas lujosísimas a sitios donde sólo se come sushi, ramen y arroz. Es muy gracioso el asunto japoneses en Sao Paulo. Está llenito de abuelitas con pinta de japonesas, con gafas grandes y japonesas que hablan portugués y acompañan la comida con té. Muy auténtico.
Liberdade, el barrio nipón

He pasado el parque como muy por encima, y se merece un párrafo entero. Ibirapuera es a Sao Paulo lo que Central Park es a Nueva York. Pero diría que a pesar de ser más pequeño, es más bonito. Más verde por lo menos. Y hay japoneses rellenitos jugando al rugby, lo que me  ha parecido muy gracioso. Y cientos de personas haciendo deporte. Bicicleta, jogging, fútbol, yoga, básquet… de todo. Los brasileños se gustan mucho. Más o menos el 65% de la gente iba sin camiseta, especialmente los hombres, tengan la edad que tengan y sea su barrigón tan grande como sea. Les gusta hacer alarde de sus cuerpos y no hay más tu tía. 
Y hay un estanque enooooorme con cisnes negros y blancos y también ocas salvajes. Tanto verde  me ha hecho sentir un poco como en casa.
Ibirapuera


Me he quemado la nariz y la frente. Parezco un panda.
Hasta aquí, cuando esté instalada os cuento más.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Vuelo y primeras impresiones

Sao Paulo es alucinante, pero os cuento más adelante, primero el viaje. Facturación, despedida con llantos y...todo muy normal hasta que embarqué en el avión de Roma a Sao Paulo. Me tocó sentarme al lado de una italiana enoooooooorme que no dejaba de levantarse para ir al baño, lo que nos era (tanto a ella como a mí, puesto que tenía que ayudarla) muy complicado debido a su tamaño. Además, la mujer no dejaba de hacerme preguntas. Yo chapurreaba italiano y ella lo intentaba con el español, y más o menos íbamos entendiéndonos. Estaba hasta las narices de contarle a todo el mundo la misma historia, así que a ella le dije que el objetivo de mi viaje a Brasil era monitorizar el ciclo reproductivo de las tortugas blancas. Y se lo creyó. La mentirijilla dio para una hora de conversación. Fue gracioso.
La televisión de mi asiento funcionaba más bien mal, así que me dio tiempo a leer bastante. Hasta aquí el tema vuelo. Para variar no perdí aviones ni me robaron maletas ni me pasó nada malo. Voy a por Sao Paulo.

Sao Paulo es gigante. Más que gigante, gigantísima. Impresionante. Tardé 1.30h en llegar desde el aeropuerto a mi hotel y eso que el aeropuerto está cerquiiiita de la ciudad, y desde mi habitación, en el 20º piso, no alcanzo a ver el final. Hasta que encontremos piso estamos viviendo (Juan y yo – Juan es mi compañero de intercambio) en Jardins, un barrio cercano a Avenida Paulista que es algo así como la zona pija de la ciudad, sin ser el barrio de las mansiones. En este lugar huele a América Latina. Esperaba que no fuera tan exagerado, quizás porque hablan portugués, pero el caso es que es muy latino esto. Las aceras no están adoquinadas, los edificios están construidos como a golpes, sin ton ni son, y entremedio hay casitas la mar de adorables de colores. Y cambian los carteles de la carretera sin arnés y a 40 metros de altura. El contraste social es muy, muy evidente. O muy ricos, o muy pobres, aquí no hay intermedios.
Y hay cucarachas. A saco y por la calle. Y los contenedores son así pero en sucio y en lleno:

Me encanta. Hace un calor tremendísimo y me paso el día andando de piso en piso pero me encanta.

Esa es otra, el asunto piso. En las últimas 36 horas me habré pasado 24 buscando piso. Sin suerte. Para 4 (la idea inicial era vivir con dos franceses la mar de simpáticos), para 2 y hasta para 1. Sin suerte, como digo. Ayer la búsqueda estuvo divertida. Un brasileño japonés (no sabéis lo raro que es ver a un japonés que no habla japonés) nos enseñó el primer piso, y acabamos liándolo para que nos enseñara más en su Volkswagen azul marino del año de la Quica. Juan se lo pasó bomba con el hombre. Le decía que en Sao Paulo había que abrir una residencia de estudiantes, y que podían asociarse para construir una, a lo que Walter (el japo se llama Walter, tiene cojones) respondía con sonrisitas niponas. La situación era realmente divertida, una pena no haber hecho foto.

Avenida Paulista, decidme si no parece Manhattan
Hoy en cambio ha sido un peñazo. Hemos visto un piso increíble en un condominio (significa que hay seguridad, piscina, gimnasio y demás) al lado de la uni, pero era carísimo y no podíamos entrar a vivir hasta final de mes, así que nuestro gozo en un pozo. El resto del día lo hemos pasado al teléfono.  “Olá, bom dia, chamo por la locação de un apartamento na Rua xxx pra duas pessoas. El apartamento e mobiliado?”(no sé qué tal lo habré escrito) ha sido la frase más repetida de la jornada. Y le pongo un acento brasileño que da el pego, así que luego tengo que decir… “Não sou Brasileira, eu sou Espanhola e não falo português… pode repetir?”. Alquilar sólo para 5 meses está complicado, pero no perdemos la esperanza

Hemos comido la mejor piña del universo. Otro nivel. Y la uni es genial, pero eso lo dejo para otro día. 

Otro día os cuento más. 

domingo, 6 de febrero de 2011

Esto es inminente. El arte de hacer maletas.

La próxima entrada será desde Brasil. Pero al efecto, como tampoco me veis cuando escribo, que sea desde Brasil o desde Macao os da lo mismo. El tema es que me voy mañana y acabo de cerrar las maletas a la 1.30 am. Last minute, como de costumbre. Y me he puesto a llorar al despedirme de mi hermano, y eso que lo veo en menos de 20 días (me vienen a ver), pero no lo he podido evitar. He empezado a pensar que le pasaría algo colgado de un acantilado (mi hermano es la versión mejorada de Spyderman) mientras yo estaba en la otra punta del mundo, así que me he puesto a sollozar. Es que antes de ir a decirle adiós he visto 127 horas mientras hacía maletas, que para quien no lo sepa, es una peli que narra la historia de un escalador que estuvo 5 días con el brazo atrapado en una roca y que al final tuvo que cortárselo. No aconsejo verla si tenéis que despediros de montañeros inmediatamente después. Pero el caso es que, sea como fuere, tengo el hermano más guay, más simpático, más guapo y más mejor de mundo, aunque se me acelere el corazón pensando que en cualquier momento se me va a matar. Que en realidad, es sólo porque soy de naturaleza exagerada, porque uno puede morirse también en casa.

Al tema: mis maletas. Hacerlas ha sido mucho más entretenido de lo que esperaba. Ha ido en dos fases, la de sacar la ropa de verano y la de meterla en las maletas. La primera ha sido infinitamente mejor. Me he enfundado en un look de lo más mujer-trabajadora-de-la-segunda-guerra-mundial (como la del poster de “We can do it”): me he puesto un peto tejano del año de la catapún, me he liado un pañuelo a la cabeza y entre salto y salto al son de rockabilly y otras americanadas he ido colocando lo que quería llevarme sobre la cama, hasta que las cosas no han cabido y he tenido que colocarlas en el suelo. Entonces he decidido llevar menos cosas. También he saltado sobre la cama de mis padres mientras cantaba. Muy peliculero.  Muy divertido. Luego he decidido que poner las cosas en la maleta es aburrido, así que no lo he hecho y me he ido de parranda.

Una de tantas canciones que han amenizado mi mañana

La fase dos ha sido básicamente agobiante. Eran las 11 de la noche y las cosas no cabían en la maleta. He tenido que hacer y deshacerlas hasta 3 veces para lograr que cerraran. Esto me pasa por hacer las cosas tarde. Esto de las maletas es toda una ciencia. Pero ya está, prueba superada.
Y nada, ahora tengo insomnio.  


miércoles, 2 de febrero de 2011

Matar el tiempo

No me fui el lunes pasado, me voy el próximo. Salgo el 7, por asuntos relacionados con la obtención del visado. Así que dispongo de una semana extra en España. Y no estoy en Barcelona sino en Lérida, de modo que tengo mucho tiempo libre. Voy quedando de vez en cuando con los pocos que hay por aquí, pero aún así me quedan muchas horas muertas.
Para matar el tiempo, cocino. Cocino a saco. En mi familia se van a poner como un tonel. En 4 días les he hecho canelones de espinacas, canelones de carne, ensalada de gambas y arroz, guisantes con cebolla y bacon (los tuve que sacar de las bayas y hervirlos, si son de bote no tiene gracia y saben a cerrado), tortillas de patata, de calabacín y hasta de sobrasada, quiche lorraine,  lenguado a la menière y flan de mocha. Y está mal que lo diga yo, pero quedó todo para chuparse los dedos. Mi hermano se relame solo pensar que estoy en casa jugando a las cocinitas. Es poco humilde repetirlo, pero es que soy una cocinera estupenda. Si llego a vieja seré de esas abuelas que hacen pucheros y que parecen tener la vista distorsionada, porque obligan a sus nietos a tragarse raciones exageradas con el pretexto de que están delgaduchos, aunque en realidad son bolas de sebo. 
No cocino pasteles. Los pasteles solo me salen bien cuando estoy enferma. Creo que es porque, como me falta energía, solo puedo hacer una cosa detrás de la otra. En cambio, cuando estoy sana, se me ocurre, por ejemplo, ir a comprar el pan mientras tengo el bizcocho en el horno y cuando regreso, como es evidente, el bizcocho ya no es  bizcocho, es ceniza de bizcocho. Hacer pasteles cuando uno tiene energía es aburrido.

También veo películas. Las veo mientras cocino. De momento van Memorias de África y El paciente inglés. Habré visto Memorias de África al menos 10 veces, pero es que me encanta. Me encantan los paisajes, me encantan Meryl Streep y sobretodo Robert Redford, me encanta la casa en la falda de las colinas de Ngong y la tribu kikuyu. Lo que sigue es una llamada a todos los directores y productores de cine presentes y futuros: Si algún día deciden hacer un remake de la película, llámenme para hacer el papel de Karen Blixen. No me importaría en absoluto tener que lidiar en el rodaje con leones, cocodrilos, elefantes o cobras. Es más, lo haría encantada. Además, mi acento danés hablando inglés es de lo más real, y si tengo que hacerlo en castellano, aprendo a ponerlo, vaya. Os dejo un video. La música es de John Barry, que murió no hace ni una semana.


El paciente inglés me hizo llorar lágrimas de cocodrilo. Entre la peli y que andaba yo cortando cebolla para la quiche, mis lagrimales parecían Yellowstone. Al acabar de verla tuve que ponerme hielos en las bolsas de los ojos, porque los tenía tan hinchados que daba grima verme. La he pintado muy triste, pero es una buena película que hay que ver. Hay que verlas ambas, son películas muy laureadas las dos… claro que eso ya no es garantía de nada.
Y leo, leo menos de lo que cocino y veo películas pero leo. Es que leer es radicalmente incompatible con cocinar o ver películas. Leo en la bañera, y las páginas se me mojan y se arrugan, pero los libros siempre me han gustado más con pinta de usados que nuevos. Ahora estoy leyendo Pulp, la última novela que me queda por leer de Bukowski (sólo tiene 6, leerlas todas no es ningún mérito). Es el autor que dicen que leen los modernikis gafapasta, leedlo aunque solo sea para descubrir su engaño. Yo no lo conocía hasta que leí La senda del perdedor por casualidad mientras hacía tiempo en el café más monísimo de Madrid, El café de la luz, en Chueca. Una cafetería donde hacen un pastel de chocolate para morirse y tienen estanterías llenas de libros que puedes tomar prestados. Y pues nada, me enamoré de lo sucio que llega a ser - el autor, no el lugar. De hecho, a su estilo lo llaman realismo sucio, fíjatetu.  Si Bukowski fuera un color, creo que sería entre amarillo pis y cerveza, amarillo pis con sangre de enfermo de cirrosis. Y si fuera una ciudad, sería Nápoles. Nápoles es hortera, la gente lleva navajas en la calle, son pasionales, está sucia y llena de basura, la pintura de las paredes se cae y existe un color llamado amarillo Nápoles que no es amarillo sino rojo. Lo que pretendía es que dedujerais que tanto ciudad como hombre tienen algo de decadente. Nápoles es mi ciudad favorita de Italia. Es que me encana lo castizo. Y más que Nápoles me gusta la España profunda y casposa, la del tópico de las mujeres con entrecejo, las cocRetas, las alMóndigas y los murciéGalos, la España de Jamón, Jamón o Volver.