martes, 15 de noviembre de 2011

Aeropuertos y aviones

A mi me encantaban los aeropuertos. Recuerdo que en la que ahora es la terminal 2  del de Barcelona se colaban gorriones y yo miraba como los aviones aterrizaban y despegaban mientras esperábamos a que abrieran la puerta de embarque. Y paseábamos por las tiendas con mamá. Era una experiencia guay.
Por desgracia y como todos sabemos, el asunto “coger-un-avión” se ha convertido en uno de los peores dolores de cabeza que existen en este mundo.  Primero hay que desembolsar 50 eurazos porque la maleta que facturas pesa 22,5 kg y no 22kg, y eso que ya habías pagado otros 20 por el simple hecho de que la pongan en la bodega del avión y encima, la señorita de detrás del mostrador se muestra absolutamente desagradable e inclemente. Oiga,  ¿le importaría al menos ponerle una sonrisa, para que no me duela tanto la puñalada trapera que me acaba de clavar? Luego toca el ritual de pasar por el detector de metales: fuera cinturones, anillos, zapatos, hay que sacar el ordenador de su funda y ponerlo en una bandeja a parte y acabas arrastrando la maleta de mano con una mano (valga la redundancia) y cargando dos bandejitas en la otra y una tercera en la cabeza, al más puro estilo malabarista. Todo este tinglado para que luego el detector pite igualmente y venga la señora a meterte mano y no encontrar nada. Precisamente hoy has decidido dejar en casa el revólver que sueles llevar en el bolsillo, ¿verdad? Y evidentemente, no has puesto los líquidos en una bolsita y te los hacen sacar de la maleta, comprar una bolsita de plástico que con lo que vale ya podría ser de oro, meter los envases en la dichosa bolsa y volver a pasarlo todo por la maquinita. Total para, de nuevo, no encontrar armas ni cócteles molotov. Y ser tratada como ganado. Y cuando al fin estas dentro de la terminal y ves que tu vuelo se ha retrasado una hora y media, te apetece comer algo. Y te cobran 6 euros por un trozo de pan seco y un pedazo de jamón malo. Ya no solo no está untado con tomate el pan, sino que encima, por no poner no le han puesto ni aceite. De poco se olvidan el jamón. Peeero la tortura no acaba allí porque, como digo, el vuelo lleva retraso. Y evidentemente, nadie sabe nada al respecto. Y no sabes cuanto tiempo vas a tener que esperar, o siquiera si tu vuelo va a despegar. Y cuando al fin vas a pasar el control de justo antes de entrar en el avión te hacen embutir el bolso dentro de la maleta, si total, todo el mundo lo vuelve a sacar una vez dentro. Y cuando estas allí, y ya has liberado el bolsito de la presión de las cremalleras y al fin te sientas, no sabes muy bien como colocarte para que no te duela la espalda. Y cuando ya has despegado no te dejan dormir ni leer tranquila, porque pasan con el carrito cada cinco minutos para venderte hasta a sus abuelas. Eso sí, a precio de diamante.

Antes volar era emocionante. Ahora casi preferiría que quitaran un ojo con una cuchara. Qué desgracia que sea imprescindible con tanta asiduidad. ¿Para cuando la tele transportación?
En cualquier caso, voy a ser multimillonaria y me compraré un jet privado. Quizás con dedicarme a la política ya valga.

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